“Es por eso que no quiero tener más fachada de poeta. Escribo, si escribo, seguramente para mí misma.”
“Dedos de Carbón” el 20 de julio de 2009
¿Por qué un poeta debe tener “fachada” de poeta?
Cada vez que se mira en el espejo, ya sea que se mire de perfil, que observe su silueta o vislumbre su espalda, un poeta debería ver no sólo su fachada, su contorno o su envase de poeta-poeta, sino que debería distinguir también su interior, sus meras y poéticas entrañas, su íntimo y oculto yo investido de poeta.
Por lo demás, no sólo el aludido poeta debería verse a sí mismo como Poeta (la mayúscula es intencional) sino que también otros deben percibirlo como el gran poeta que es. Para ello sería necesario que el poeta, dejando a un lado su temor a la crítica y olvidando ese molesto pánico escénico, diera a conocer su obra. He aquí el punto de mayor importancia: la obra del poeta.
Las actitudes extremas, llámense éstas ostracismo voluntario o penoso exhibicionismo, dañan el inminente “diálogo” que se produciría entre el poeta y el lector a través del mensaje-poema. Para que este “diálogo” se produzca debe ocurrir primero lo primero: conocer la creación de un poeta. Es el poema el que, con su sola presencia, defenderá su calidad de tal. Si bien el esteta e ideólogo italiano Benedetto Croce plantea que el verdadero arte debe estar libre de segundas intenciones, yo me pregunto: si el poeta no desea difundir sus poemas, ¿de qué otra forma podría llegar a nosotros, los asiduos lectores, la digna y verdadera poesía?
Otro punto que merece atención es la ocasional presencia de los autores charlatanes. Al decir charlatanes me refiero a esos locuaces y palabreros seres que promueven sus poemas o escritos como asegurando que su canto y su discurso son verdadera poesía. Seres empeñados en encontrar un lugar en los ya poblados salones de la fama poética. ¿Acaso cualquiera puede ser llamado poeta por el simple hecho de escribir un par de versos y luego difundirlos majaderamente sin mayor autocrítica? No, me niego a la presencia del mal gusto poético que a menudo logra empañar a la verdadera poesía, confundir a quienes buscan belleza y goce en las palabras, y empobrecer el gusto estético de los lectores poco experimentados.
Ramona Reader